El libro las 48 leyes del poder fue escrito por el autor norteamericano Robert Greene en 1998, este contiene 48 capítulos, uno dedicado a cada ley, y cada ley posee su propia transgresión, observación y regresión, es una especie de guía diseñada para mostrarle al lector cuáles son las cualidades personales que se deben de tener para alcanzar el poder y mantenerlo.
El poder es algo fascinante, no solo el poder en si, si no también la filosofía del poderoso, y es que por definición, el poder es la capacidad de un individuo de influir en otros, ya sea por influencia, dinero o estatus. Y es que en general la sensación de no tener poder sobre la gente y los acontecimientos es insoportable para la mayoría de personas, nos fascina tener control sobre todo y que las cosas se hagan a nuestra manera. Nadie quiere menos poder o el poder justo, todos ansían mas y a medida que se obtiene empiezan los delirios de grandeza mejor conocido como ego. Pero no podemos decir lo muchos que queremos el poder en nuestra sociedad debido a que puede resultar peligroso, por tanto Debemos mostrarnos decentes y equitativos. De modo que tenemos que ser muy sutiles, agradables y simpáticos y, al mismo tiempo, arteros, democráticos pero engañosos.
Este juego de constante duplicidad se parece muchísimo a las dinámicas del poder que existían en el maquinador mundo de las antiguas cortes aristocráticas. A lo largo de la historia, las cortes siempre fueron formándose alrededor de la persona que ejercía el poder: un rey, una reina, un emperador o un líder. Los cortesanos que componían esa corte se encontraban en una posición particularmente delicada: tenían que servir a sus amos pero, si se mostraban demasiado aduladores y cortejaban con demasiada obviedad, los otros integrantes de la corte se volvían contra ellos. Por lo tanto, los intentos de ganar el favor del amo debían ser muy sutiles. E incluso los más hábiles cortesanos, capaces de tales sutilezas, debían protegerse de sus pares que intrigaban para desplazarlos.
La aristocracia hace referencia originalmente a un sistema político sugerido por Platón y Aristóteles encabezado por la gente que sobresale por su sabiduría intelectual, por su elevada virtud y por su experiencia del mundo.
Entretanto, se suponía que la corte representaba la cumbre de la civilización y del
refinamiento. Se desaprobaba cualquier actitud violenta o abierta que promoviera el
poder, los cortesanos trabajaban de manera silenciosa y secreta contra cualquiera que
recurriese a la fuerza. El gran dilema del cortesano siempre fue el de mostrarse como
el paradigma mismo de la elegancia y, al mismo tiempo, burlar a sus adversarios y
desbaratar los planes de estos de la forma más sutil y disimulada posible. El cortesano
exitoso aprendía, con el tiempo, a realizar todos sus movimientos de forma indirecta,
si le clavaba un puñal por la espalda a su contrincante, lo hacía con guantes de
terciopelo y con la más afable de las sonrisas. En lugar de recurrir a la coerción o a la
franca traición, el cortesano perfecto lograba sus objetivos a través de la seducción, el
encanto, el engaño y las estrategias más sutiles, planificando siempre sus
movimientos por adelantado. La vida en la corte era un juego permanente, que exigía
vigilancia constante y agudo pensamiento táctico. Era una guerra civilizada.
Hoy en día encontramos una paradoja similar a
la del cortesano del Renacimiento: todo debe
aparecer civilizado, decente, democrático y logrado
a través del juego limpio. Pero si nos atenemos en
forma excesivamente estricta a estas pautas, si las
tomamos demasiado al pie de la letra, seremos
aplastados por aquellos, de entre quienes nos
rodean, que son menos ingenuos que nosotros.
Como dijo el gran diplomático y cortesano del Renacimiento, Nicolás Maquiavelo:
«Todo hombre que intente ser bueno todo el tiempo terminará arruinado entre la gran
cantidad de hombres que no lo son». La corte se consideraba el pináculo del
refinamiento, pero debajo de esa brillante superficie hervía un caldero de oscuras
emociones: ambición, envidia, deseo, odio. También nuestro mundo actual se
considera el pináculo de la equidad y la justicia, pero son las mismas oscuras
emociones de siempre las que laten dentro de cada individuo. El juego es el mismo.
Por fuera hay que simular respeto y cortesía, mientras que por dentro —salvo que
usted sea un necio— deberá aprender rápidamente a ser prudente y seguir el consejo
de Napoleón: «Cubre tu mano de hierro con un guante de terciopelo». Si, al igual que
el cortesano de otros tiempos, usted logra dominar el arte del juego indirecto,
aprendiendo a seducir, encantar, engañar y maniobrar sutilmente a sus adversarios,
accederá al pináculo del poder. Logrará que la gente se doblegue a su voluntad, sin
darse cuenta de sus maniobras, y, al no darse cuenta, tampoco le opondrán resistencia
ni alimentarán resentimiento contra usted.
Para algunas personas, la idea de jugar conscientemente el juego del poder es malvada, antisocial o un recordatorio del pasado. Piensan que pueden salirse del juego comportándose de maneras que no tiene nada que ver con el poder. Hay que tener cuidado con esta gente porque,Aunque manifiestan estas creencias por fuera, tienden a hacerlo por dentro tienden a ser los mas adictos al juego del poder, estos individuos a menudo muestran su debilidad y falta de fuerza, como si esto fuese una virtud moral. Pero quienes de veras carecen de poder no muestran su debilidad con el fin de ganar simpatía o respeto.
Otra estrategia del individuo que,
supuestamente, no se dedica a buscar con afán el
poder consiste en exigir la igualdad en todas las
áreas de la vida. Según esas personas, todos
debieran recibir el mismo trato, sea cual fuere su
posición y su fuerza. Pero si, para evitar el tinte con
que suele marcar el poder, se intenta tratar a todos
por igual, de modo equitativo, se comprueba que
existen personas que hacen determinadas cosas
mejor que los demás. Tratar a todos por igual
equivale a ignorar sus diferencias, y por ende elevar
al menos capaz y rebajar a quienes se destacan. Ejemplo de esto son las revoluciones comunistas o en contra de la nobleza, las cuales tienen nacen de partidarios de la igualdad pero una vez la revolución triunfa y se alcanza el poder, los lideres priorizan crear fortunas y ser sumamente irracionales y monomaniacos en sus decisiones como tal fue el caso de los jemeres rojos en Cambodia.
Si el mundo es como una gigantesca corte intrigante y manipuladora en la cual
nos hallamos todos atrapados, no tiene sentido alguno tratar de eludir el juego. Esto
solo nos privará del poder, y la impotencia nos hará sentir más desgraciados. En lugar
de luchar contra lo inevitable, en lugar de argumentar, gemir y sentirse culpable, es
mucho mejor destacarse en el juego del poder. La verdad es que, cuanto mejor sepa
manejar el poder, tanto mejor será como amigo, amante, pareja y persona. Al seguir
el camino del cortesano perfecto aprenderá a hacer sentir bien a los
demás y se convertirá en una fuente de placer para ellos, que pasarán a depender de
sus habilidades y ansiarán su presencia. Dominar las 48 leyes que se presentan en este
libro les ahorrará a los demás el dolor que genera el mal uso del poder, que es como
jugar con fuego sin conocer sus propiedades. Si el juego del poder es ineludible, es
mejor ser un artista que un burdo principiante o un negador.
Aprender este juego exige adecuarse a una cierta forma de ver el mundo, a un cambio
de perspectiva. Requiere esfuerzos y años de práctica, ya que las aptitudes necesarias
no aparecen en forma espontánea. Se necesita dominar ciertas habilidades básicas, y
solo cuando las haya dominado, se hallará en condiciones de aplicar con mayor
facilidad las leyes que gobiernan el logro del poder.
La más importante de esas habilidades, y la piedra fundamental del poder, es la
capacidad de dominar sus emociones. Las respuestas emocionales suelen ser la mayor
y principal barrera que lo separa del poder, un error que le costará mucho más que
cualquier satisfacción temporaria que pueda producirle la expresión de sus
sentimientos en un momento dado. Las emociones nublan la razón y, si no es capaz
de ver la situación con claridad, no podrá prepararse para ella ni responder con un
cierto grado de control.
En esta sección del blog analizaremos cada ley del mostrada en este libro y la enriqueceremos con mas acontecimientos históricos que estén relacionados con cada ley y citas de otros autores.
No es en absoluto extraño que los
corderos detesten a las aves de rapiña,
pero esto no es motivo para condenar a
las grandes aves de rapiña porque roban
corderos. Y cuando los corderos
murmuran entre ellos: «Estas aves de
rapiña son malvadas, ¿acaso esto no
nos da derecho a decir que todo aquello
que sea lo opuesto de un ave de rapiña
tiene, por fuerza, que ser bueno?», no
hay nada intrínsecamente erróneo en
semejante argumento, a pesar de que las
aves de rapiña se mostrarán, en cierto
grado sorprendidas y dirán: «No
tenemos absolutamente nada en contra
de esos buenos corderos, todo lo contrario: la verdad es que los
adoramos; nada más sabroso que un
cordero bien tierno».
FRIEDRICH NIETZSCHE, 1844-1900